Esta casa sigue siendo casa
- Alejandra Cueva
- 26 sept
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 26 sept

Y tal vez eso fue lo mejor, porque esta casa no se construyó para recibir turistas; se construyó para vivir.
Primero fue hogar de una familia numerosa, de esas que cocinaban con las puertas abiertas y barrían la banqueta antes de que saliera el sol. El patio tenía un laurel donde se colgaban cazuelas, y los cuartos no se medían en metros, sino en recuerdos. Había un cuarto que siempre olía a café, otro donde dormían las visitas, y una salita en la que se tejían cosas que nadie usaba, pero que nadie tiraba.
Durante años, la casa vio pasar cosas que nunca salieron en fotos, una boda con tres mesas y una cartulina, una misa con sillas prestadas, un nacimiento armado con retazos. También vio despedidas. No de esas que se gritan, sino de las que se cierran con un portazo leve y un silencio largo.
Cuando la familia comenzó a irse, unos por trabajo, otros por edad, la casa se quedó sola. No abandonada, pero sí en pausa. Como si esperara algo…Durante un tiempo fue simplemente eso: un lugar lleno de objetos que no querían ser mudanza.
La idea de convertirla en hostal no vino de un plan de negocios. Vino de abrir la puerta una tarde y descubrir que el polvo no había podido con la luz, que las paredes seguían tibias al sol, que el zaguán todavía olía a tierra mojada cuando llovía. Que todo estaba ahí, esperando, como si dijera: “No me derrumben. Habítenme.”
Entonces no se remodeló: se rescató. Las puertas se lijaron, pero no se cambiaron, el piso se lavó con escoba de fibra, pero aún así, algunas cerraduras chirrían igual que antes. Cada cuarto tiene nombre nuevo, sí, pero aún conserva algo del ruido de antes: un eco leve, una brisa, una marca en la pared.
A veces entra gente que no sabe nada de esta casa. No preguntan por fechas ni por historia. Apenas cruzan la puerta, se detienen un segundo y dicen: “Aquí se siente como hogar.”
Y uno lo escucha como quien confirma algo que ya sabía. Porque eso, cuando es cierto, no hace falta explicarlo.
Esta casa no se convirtió en hostal para ser moderna. Se abrió para seguir siendo útil. Para que la mesa volviera a tener platos. Para que las camas se volvieran a tender. Para que hubiera otra vez movimiento, pasos, risas, silencio de noche, voces bajitas en la mañana. Para que, aunque quienes vivieron aquí ya no estén, alguien más la siga habitando.
No sabemos quién eres tú, ni de dónde vienes. Pero si te quedas una noche, esta casa también te va a guardar. Y quizá, como nosotros, no quieras irte tan pronto.
Casa Los Abuelos Aquí todo cambió. Y, al mismo tiempo, no cambió nada.
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