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48 horas en Lagos de Moreno

  • Foto del escritor: Alejandra Cueva
    Alejandra Cueva
  • 6 oct
  • 3 Min. de lectura

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Un fin de semana contado desde Casa Los Abuelos

Hay ciudades que se visitan, y hay otras que se caminan con el alma. Lagos de Moreno es de las segundas.

Llegar un viernes por la tarde no es llegar tarde, es llegar a tiempo, al ritmo exacto. Cuando la luz cae suave sobre los portales y los puestos empiezan a recoger sus cosas, pero aún huele a pan, a calle mojada, a tortilla recién hecha.

En Casa Los Abuelos, no te reciben con folletos. Te reciben con la puerta abierta y una sensación de que ya habías estado aquí, aunque sea la primera vez. Dejas tu mochila... tomas aire, sales a caminar, y a diez minutos, sin exagerar, ya estás frente al Puente de Lagos, si eres como la mayoría de nuestros huéspedes, te vas a detener. Porque no hay forma de cruzarlo sin sentir que estás entrando en una historia.

Ese viernes por la noche cenas en una cenaduría sin letrero, donde te sirven flautas recién doradas con lechuga fresca, crema espesa y una salsa roja que se queda en la lengua, pides agua de guayaba y pan dulce para llevar. Nadie te apura, nadie te pregunta de dónde vienes, la ciudad te mira como si te conociera.

Vuelves al hostal con los pies cansados y el cuerpo agradecido.

En el cuarto, la cama espera tendida, con sábanas limpias y una almohada que cede justo donde debe. Te recuestas, y por primera vez en semanas, no necesitas nada más.

El sábado empieza con luz suave entrando por las cortinas. Sales temprano, aún con el pelo revuelto, directo a desayunar. Encuentras un local donde los chilaquiles no se anuncian, se oyen en la cocina. La tortilla está recién frita, la salsa es verde con filo, y el queso se derrite justo al llegar al plato, a un lado, un bolillo crujiente, café de olla servido en taza de barro, y un chile en vinagre que no sabes si atreverte... pero lo haces.

Después, te dejas llevar por las calles.

Te asomas al teatro, aunque esté cerrado; su fachada sola basta para imaginar lo que ocurre detrás del telón.

Doblas por una calle angosta, encuentras una tienda de libros viejos, una banca a la sombra, una reja abierta que da a un patio lleno de macetas.

Nadie te dice qué ver. Ni hace falta.

Al mediodía vuelves al hostal, tomas agua, te recuestas... respiras. Nadie te interrumpe, la casa parece sincronizada contigo.

Para comer, alguien te recomienda una cocina en una casa antigua. Te sirven una birria espesa que huele a clavo y laurel, acompañada de tortillas hechas a mano y una coca de vidrio bien fría. Al salir, caminas lento, el sol baja, la tarde huele a limón y polvo.

Subes al Mirador de la Calzada, desde ahí, todo parece en su sitio, los techos rojos, las torres, los árboles. Lagos no grita... te susurra.

Esa noche, tal vez sales a caminar de nuevo. Te topas con un carrito que vende elotes asados, el tipo de antojo que no se planea, pero se agradece.


O tal vez decides quedarte. Te sientas en el patio del hostal con un pan de anís en las manos y el silencio como único sonido. No hace falta más..

El domingo empieza con olor a tianguis. Las calles se llenan de puestos. Tamales calientes en hojas brillantes, tacos de barbacoa sobre papel estraza, frutas cortadas al momento. El pan recién horneado se agota rápido. El café se sirve fuerte. Compras un rebozo, un dulce, una bolsita de semillas tostadas. Y sin buscarlo, encuentras algo para llevarte contigo.

De regreso en el hostal, empacas sin prisa. El cuarto sigue igual, las plantas siguen ahí. Cierras la puerta con cuidado, como se cierran las casas donde uno fue bien recibido.

Casa Los Abuelos

Aquí encontrarás descanso real, y el tipo de silencio que, cuando se encuentra, se agradece.

 

 
 
 

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Calle Luis Moreno 269-A, Centro
47400 Lagos de Moreno, Jalisco  
Tel. 474 1919 751
Correo. casalosabuelos3@gmail.com

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